Hermosillo, Sonora.-

No recuerdo de dónde la saqué. Estaba en mis manos y estiré la caja que contenía la piedra. Solté el torniquete y di en el blanco: el pájaro se desplomó.

Anduve con la angustia en el cogote. A como pude tomé una caja de zapatos, cobijé al ave y le puse agua en una tapa de lata. A la mañana siguiente el animal yacía en una posición rígida y con los ojos abiertos.

Traigo a la memoria la desventura del tordillo como analogía de las desventuras felices de esos días de habitar una casa de cartón inmensamente llena de amor, en la invasión Zapata. Los paracaidistas, nos dijeron. Porque llegamos todos en bola. Yo cargando la historia de seis años de edad. Con mis padres con el proyecto de un lugar donde armar la familia, vernos crecer.

Había lluvia a veces, en la oscuridad de la invasión crecían charcos y al día siguiente un vaho nos vestía de humedad. Entrábamos a la tienda de la Nancy y mercábamos dulces de barrilito. A veces la tendera se ponía de pechito y nos invitaba a la yarda. Comíamos pan dulce y tomábamos soda dentro de su Valiant 66, de color azul rey.

Una vez los vecinos, mientras perfeccionaban sus jacales, con palos y láminas de cartón, cobijas y lonas, corrieron al escuchar gritos de una señora; de pronto los vecinos todos rodeaban a un par de muchachos a los que sorprendieron dentro de una casa intentando abusar de una niña, eso decían mientras los señalaban esperando a que vinieran los policías.

Uno de los chavalos imploraba perdón, aducía que todo era mentira, que ellos solo querían pedir prestados unos fósforos. A saber. La policía hizo lo suyo, la señora de la casa donde la niña agradeció a la comunidad. Fue la primera vez de un acto en solidaridad y en equipo del que pude atestiguar.

Así los días con sus noches. El olor a petróleo imperaba en la invasión Zapata, a lo lejos una radio narraba los avatares policiacos y entreverado en el reloj, capítulos de la novela de moda: Porfirio Cadena, el ojo de vidrio. Al poniente de la ciudad un proyecto social emergía desde la lucha de proletarios. La esperanza es un pájaro que ve trunco su vuelo, y volver a empezar.

Había espinas y arena, el agua clara que baja del cielo para lavar nuestros pasos. Un río incesante porque eran las equipatas. Bolsas de hule sobre nuestros cuerpos. Niños sin mochila con libros debajo del brazo, la ruta de camión un una hora y media para que volviera a pasar. Cobraban un peso y se detenían en la gasolinera de Isela Vega.

A los años jugar futbol en el campo de la secundaria Juan Escutia, luego en la cancha del Cobach. Después el tianguis del Palo Verde: urbanización y gentrificación, la transa por los cielos, uno y otro paso agigantado, fraccionamientos de raza que apunta para clasemediera, y ya para ese entonces el pavimento sepultando la tierra.

La invasión Zapata crecía y la tienda de la Nancy se convertía en super y en carnicería. El Valiant 66 fue ausencia y una Cheyene naranja tuvo un claxon que llamaba la atención a los niños que dejamos de serlo.

Políticos que enarbolaron banderas, líderes que vendieron nuestros nombres en una cartulina, las promesas que nunca jamás.

Luego serenatas en vivo, salud por los que se fueron, las casas de dos pisos, las bardas que dividían territorio, una vez uno de los muchos niños se gradúo de albañil, otro de carpintero, la morrita más trucha cursó la carrera de auxiliar contable. Emergimos hacia otros territorios, la ciudad que se desplaza, la vida que encandila: los planes de progreso y felicidad.

La invasión Zapata mutó a Emiliano. Los paracaidistas se convirtieron en pilotos de sus destinos, en el arrojo de las piedras hacia el pasado sepultamos las mañas del anciano que espiaba a las niñas en los baños improvisados, las letrinas y los tambos que contenían el agua para el aseo.

Las veladoras y lámparas de petróleo son historias, el minisplit se impuso y el sonido de los varilleros quedaron en el recuerdo. Ya no más juegos de canicas, ni el trompo que zumba. Los aparatos electrónicos pululan, las bolsas amarillas en un sube y baja entorno al rostro es lugar arcaico, ahora un globito espera por nosotros detrás del crystal.

Y mientras esto pasa, a muchos de los otros no los volvimos a ver. Uno se enredó con una promesa, otro se equivocó de changarro y para abajo: nunca más su nombre en las calles.

Nuestros padres envejecidos o idos. La invasión Zapata: lo que fuimos, lo que somos.

Texto y fotografía por L. Carlos Sánchez

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Sobre el autor

Carlos Sánchez, escritor hermosillense, fundó MamboRock Editorial.

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