Hoy, en el quince aniversario de algo que jamás debió ocurrir, presentamos una versión preliminar de un ensayo aparecido en el libro Conmemorar, rememorar, investigar: las fechas-marca cívicas e históricas a inicios del siglo XXI, coordinado por Héctor Cuauhtémoc Hernández Silva y editado por la Universidad Autónoma Metropolitana de México en 2022, disponible para préstamo en la Biblioteca —«Freedom of Thought» de CRÓNICA SONORA.



“¿Tú conmemoras algo?”

Motivado por la invitación a escribir este ensayo, le pregunté a la chica de junto: ¿Tú conmemoras algo? Se quedó viéndome con cara de what. ¿Acudes a algún homenaje o ceremonia para recordar algún evento o personaje?, aclaré. “Pues… no”, fue su respuesta. Quizá lo de la Guardería ABC, insistí. “Una vez fui a una marcha, pero hace mucho”. Le pregunté por qué razón no participó más y al momento reviró: “Se va olvidando”.

Ciertamente, el asunto de la Guardería se ha ido desvaneciendo del cotidiano hermosillense y qué bueno. Porque una espesa niebla de horror cubrió nuestras cabezas la tarde del cinco de junio de 2009, cuando una guardería infantil ardiera en llamas con la irreparable perdida de 49 niñas y niños, más heridas inconmensurables en los 150 infantes sobrevivientes y sus familias. 

Esa oscura niebla duró años en las plazas y hogares de esta ciudad. Una vergüenza nos golpeaba en la cara, rostros de impotencia por doquier. Extraviados como estábamos, sólo atinábamos a tomar las calles una y otra vez, a marchar como expresión de protesta, solidaridad y memoria. Pero el olvido, gracias a dios, un día apareció, y dejamos de marchar.

“¡Pónganse a trabajar!”

Una de las consignas que retumbó en las calles de Hermosillo, cuando la fiebre por las marchas ABC, fue: “¡Ni perdón, ni olvido!”. Dichas marchas, con sus respectivos mitines, fueron la válvula de escape para nuestro estupor, ira, impotencia. Y fueron muchas -y muy nutridas- las que ocurrieron de junio de 2009 a junio de 2010. Algo excepcional para nuestra ciudad, que obviamente se correspondía con la magnitud del evento que las originó. Yo fui a todas, excepto la del cinco de febrero de 2010. A ese período llamo la fiebre. 

Como digo, en las marchas se juraba a todo pulmón que no habría olvido ni perdón. Y si en un primer momento las caminatas fueron una válvula emocional, en la siguiente etapa se volvieron el mecanismo para no olvidar, sobre todo por su permanencia en cantidad y calidad: las había muy seguido y los asistentes se contaban por miles, aspectos ambos para destacar en una ciudad que no se distingue por su lucha social. 

Al respecto, me voy a permitir una digresión. Yo recuerdo que en aquel 2009 comentaba a mis cuates que los papás ABC no sólo se habían convertido en activistas de la noche a la mañana, que era claro para todo mundo, sino que además pertenecían al segmento de hermosillenses que, en la era pre ABC, cuando nos veían marchar -yo estuve en todas, desde el No a la invasión a Irak en 2003, hasta el Voto por voto, casilla por casilla en 2006, pasando por el Va a caer, va a caer, Ulises va a caer, también en 2006 y en referencia al movimiento social en Oaxaca- nos gritaban desde la comodidad de sus carros: “¡Pónganse a trabajar, huevones!”.

Marcha por los niños de la Guardería ABC atravesando el centro de Hermosillo. Fotografía de Benjamín Alonso Rascón

Las marchas

Con los años marchar dejó de ser una exigencia de justicia para pasar a ser un gesto solidario y una mera conmemoración. No es que sea irrelevante conmemorar, pero no es lo mismo presente que pasado: migrar del “¡Métanlos a la cárcel!” al “Nos metieron la chaira otra vez” tiene fuertes implicaciones de tiempo y sentido. Como sea, cada cinco de junio miles de hermosillenses tomábamos la calle, bien para acompañar a los padres, bien para decirle al Estado: aquí estamos, no olvidamos.

Pero el tiempo hizo de las suyas nuevamente. El recuerdo maldito de la tragedia se fue diluyendo en nuestros corazones y la asistencia a la marcha anual de ABC fue mermando progresivamente. ¿Por qué? Porque el tiempo lo cura todo, sí, y también debido a un factor endógeno en particular: el permanente y progresivo conflicto entre padres y madres ABC.

Desde un inicio (junio-julio 2009), los deudos se agruparon no en una sino en dos entidades: Movimiento Ciudadano Cinco de Junio, por un lado, y Manos Unidas  por Nuestros Niños, por el otro. Eran públicas sus diferencias de opinión respecto a indemnizaciones gubernamentales, teorías explicativas del porqué de la tragedia o las rutas legales a emprender. Algo comprensible y aceptable. Pero con el curso de los años las diferencias se agudizaron en el espacio público, llegando al punto de pelearse el micrófono en la ceremonia clímax de la conmemoración anual, es decir en el mitin posterior a la consabida marcha anual, cuyo recorrido siempre ha sido el mismo: Guardería ABC-Universidad de Sonora.

De este modo la situación se tornó incómoda para el ciudadano de a pie, quien gradualmente abandonó las marchas. ¿Qué sentido tenía acompañar a unos deudos que no se acompañaban? Para 2016, es decir siete años después de la tragedia, las marchas se habían desinflado: como grito (¡ABC nunca más!), como gesto (“yo marcho para acompañar a los padres”, era una frase socorrida) y aun como rememoración. ¿Por qué? Porque nadie quería seguir recordando. 

“¡ABC nunca más!”

En 2013 platiqué con algunos papás y mamás ABC para tratar de entender lo que entonces llamé una doble lucha: contra el olvido y contra el recuerdo. Como activistas buscaban que la sociedad no perdonara ni olvidara (“¡ni perdón, ni olvido!”); como papás, sufrían lo indecible al recordar cumpleaños o visitar lugares que les traían las peores imágenes de sus vidas.

Hasta entonces las marchas y otros eventos (presentaciones musicales, literarias, académicas) fungían como eventos conmemorativos. Pero, como he dicho, menos de un lustro después esa llama se extinguiría o casi. Quedaban las remembranzas personales (fechas de cumpleaños, bautizos y otros) y la única conmemoración que con o sin acto solemne ha estado ahí siempre: el encuentro con las ruinas de lo que fue la Guardería ABC.

Guardería ABC, septiembre de 2021. Fotografía de Benjamín Alonso Rascón

No olvidemos que los monumentos son en sí mismos una conmemoración, como nos aclara la Real Academia de la Lengua: conmemorar: recordar solemnemente algo o a alguien, en especial con un acto o monumento. Y si la bodega siniestrada no es un monumento ex profeso, pues que sea un documento infalible de lo que ahí sucedió y no debe volver a suceder. Como gritábamos en las calles: ¡ABC nunca más! 

«Si usted viene a Hermosillo»… 

Corría el año de 1993 cuando escuché por vez primera uno de los anuncios más recordados en la historia de la publicidad sonorense: “Si usted viene a Hermosillo y no visita Restaurant Xochimilco, haga de cuenta que no vino”. Una abierta provocación para cualquiera, pues Xochimilco se especializa en carne asada, sobaqueras y frijoles “maneados”, quizá la mejor combinación que haya existido (con los agregados conocidos: queso de rancho, salsa de chiltepín, coyotas y café negro pinta dientes) en mesa sonorense alguna. De tal modo que con o sin dinero te daban unas ganas tremendas de pisar el Xochimilco y hacer de cuenta que sí estuviste en Hermosillo.

Casi tres décadas después, el conocido slogan me viene a la mente a la hora de visualizar este ensayo, pues a lo largo de estos doce años (2009-2021) he llevado cantidad y variedad de personas al inmueble ubicado en Ferrocarrileros y Mecánicos.

Guardería ABC, diciembre de 2013. Fotografía de Claudia Torrero

Unos lo piden -“llévame a la guardería”, otros ni en el mundo la hacen, el caso es que nadie vuelve a ser el mismo cuando se para en esa esquina. Menos aún si sucede en plena canícula: entre tres y cinco de la tarde, entre los meses de junio y agosto, porque fue a las casi tres de la tarde de un cinco de junio cuando todo esto comenzó. Turismo negro le llaman algunos, y en ocasiones he usado la fórmula marquetera, pero a mí lo que me importa es que una parte de nosotros se conecte con ese pedazo de memoria, dolor y amor que fue y sigue siendo la Guardería ABC en la colonia Y Griega, aquí en mi ciudad, Hermosillo, Sonora.

Por Benjamín Alonso Rascón

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Sobre el autor

Premio Nacional de Periodismo 2007. Director de Crónica Sonora. Escríbele a cronicasonora@gmail.com

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